En algún momento de el año pasado se cumplió oficialmente mi primera década como –la verdad es que no se bien cómo definirlo, ¿web designer? ¿web developer…?– persona que se dedica a hacer web profesionalmente. Y por alguna razón me he puesto muy reflexivo e introspectivo respecto a la profesión, al medio, y a lo que significa hacer lo que hacemos diariamente.
Hoy me encontré con este artículo: Seven principles of rich web applications, escrito por Guillermo Rauch que en partes iguales me voló la cabeza y me confirmó algunas conclusiones a las que había llegado por mi cuenta y enseñaba en mis charlas.
El stack de aplicación y la cantidad de tecnologías involucradas en hacer un sitio (o aplicación) web hoy en día requiere de una cantidad de habilidades interdependientes que van creciendo cada día en complejidad. Antes era un tema controvertido el que si los diseñadores deberían ser capaces de implementar sus diseños en código, hoy me parece un tema tan absurdo como que si los carpinteros deberían saber cortar madera.
Al igual que un buen artesano conoce su producto de pe a pa, desde la selección de ingredientes hasta la manufactura, producción y distribución de los bienes que produce, el desarrollador web moderno posee las habilidades necesarias y puede crear productos completos si hace falta. Es un artesano.
Es mi opinión que esos diseñadores que solo saben pasarle los PSDs que hizo a alguien mas para que los rebane y los maquete, junto con otros especialistas, pronto no tendrán lugar en la industria. Repito, es mi opinión, pero mi intención no es convencer a los especialistas actuales que tienen buen trabajo y ganan bien. Bien por ustedes.
La razón por la que comparto esta opinión es para las siguientes generaciones que no están siendo preparadas para el mundo hiper-competitívo que es la escena tech de hoy en día. Lo siento, lo más probable es que su licenciatura en comunicación gráfica y su maestría en diseño de interacción no les vaya a servir de mucho.
Sean generalistas, sean artesanos.